Los niños de la posguerra
Rafael Lutzardo. Canarias Ahora, 8/06/2011 - 10 Junio 2011 Tenemos que recordar a los niños de la posguerra de la España oscura, triste, penosa
RAFAEL LUTZARDO
Ya que hablamos de memoria histórica también tenemos que recordar a los niños de la posguerra de la España oscura, triste, penosa y que fueron víctimas de una sociedad cuyo modelo se regía por la dictadura franquista y el poder de la Iglesia, la cual se convirtió en cómplice y adulona de un gobierno liderado por un mea pilas que durante 36 años privó a todos los españoles, salvo los fachas, de vivir en un país libre y democrático.
Estos niños, los más perjudicados por la afectividad familiar, por la pobreza, la miseria, el hambre y el desprecio de la propia sociedad, fueron motivos de muchas circunstancias negativas en sus respectivos destinos. Privados de su libertad y secuestradas sus infancias fueron recluidos en reformatorios o centros correccionales, donde fueron maltratados pos sus guardianes y directores, incluyendo los propios curas. Ramón Plasencia, un ex alumno del antiguo colegio San Gabriel (Reformatorio), ubicado en otra época en las inmediaciones del Mercado Nuestra Señora de África, recuerda que sus guardianes, Tomás Izquierdo, Eugenio, Florencio Villa Verde del Cas y Juan “El Barbero”, fueron los verdugos del régimen franquista de cientos de menores, que junto con los directores de aquél reformatorio, Ángel Orihuela, Juan González, Juez de Paz de La Laguna, Santiago Negrín, Domingo Duque de Paz (militar), se ensañaron en el castigo, humillación y vejación contra aquellos menores.
Según Ramón Plasencia, los castigos eran múltiples y variados: rapados al cero y con un plato de aluminio atado sobre la cabeza durante varias semanas; de rodillas y con los brazos en cruz hasta altas hora de la noche, encerrados en aquellos calabozos llenos de orines y colchones llenos de chinchas, golpeados con una vara de bambú o regla gruesa de tea en las manos de los menores castigados. Mientras tanto, el Tribunal Tutelar de Menores también era cómplice de ese régimen franquista torturador y asesino. El padre Fruto, recuerda Ramón Plasencia, era el sacerdote oficial del Centro San Miguel, el cual confesaba a los menores y los condenabas al castigo ante el pecado de la inocencia y juventud de aquellos niños desprotegidos y maltratados por sus respectivos destinos de la vida. Los maestros escuela como se denominaban en aquella época entre los años 50 y sesenta, poco podían hacer ante una dictadura férrea y criminal, aunque algunos de ellos, reivindicaban la libertad a través de sus poesías, pero de forma muy discreta y con el tiempo, en la democracia, en libros de recuerdos y sentimientos.
http://www.canariasahora.com/opinion/7080/
viernes, 10 de junio de 2011
domingo, 1 de mayo de 2011
Méjico y el 80 aniversario de la II República Española
Españoles de México conmemoraron los 80 años de la II República Española
Crónicas de la Emigración, 28 de abril de 2011 - 28 Abril 2011 .La prensa mexicana destaca la huella de la II República en México
Cristina Cabrero, México
La colocación de la ofrenda floral fue al mediodía del jueves 14 de abril, al pie de la Columna de la Independencia, en el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México. Con este gesto, los organizadores quisieron conmemorar la II República Española, además de recordar los lazos indisolubles que unen a España y México. La Columna de la Independencia, conocido popularmente por ‘El Ángel’, es el monumento más representativo de la ciudad y fue construido en 1910 para conmemorar el centenario de la Independencia de México.
Aunque hayan pasado 80 años del nacimiento de la II República, el Ateneo Español de México, fundado por exiliados españoles, siempre que tiene ocasión, presume de los logros de esta etapa histórica conocida también por la ‘Blanca República’: “Es la primera ocasión en el mundo que se da un cambio de régimen en forma pacífica y democrática. Para la República empezaba una tarea reformadora de la sociedad española en todos los órdenes. Había que democratizar el pueblo español, había que educarlo, había que otorgarle los derechos que secularmente le fueron siempre negados”, dice parte del programa de actividades para recordar esta fecha tan señalada.
Continuando con dicho programa, en la tarde del 14 de abril, tuvo lugar uno de los eventos más esperados: la conferencia magistral del poeta valenciano exiliado en México Tomás Segovia: ‘Nuestras Repúblicas’.
La charla se desarrolló en las instalaciones de la Consejería de Educación de la Embajada de España, espacio contiguo al Ateneo Español de México. La expectación fue grande y no cupo un alfiler. Ni siquiera la pantalla gigante colocada en un ambiente próximo a la sala donde el escritor habló fue suficiente para atender la curiosidad de todos los asistentes, quienes se fueron instalando en cada hueco libre, incluyendo descansillos y escaleras.
El poeta alabó los valores de la II República e incidió en que los españoles que llegaron a México, cuando se reunían, no consideraban el lugar de procedencia de cada uno, sino que por encima de todo, se sentían republicanos. “El patriotismo nacional o regional causa estragos y los emigrantes son los más desprotegidos frente a ese patriotismo. Por eso, antes que patriotismo, prefiero hablar de lealtad”, afirmó. Según Tomás Segovia, “el patriotismo de las identidades nos está acabando”.
Al hacer un repaso actual de los principios de aquella etapa histórica, el poeta dijo que no se tratar de copiar lo que se hizo entonces, sino de heredar el espíritu, la búsqueda del bienestar social. “En ese sentido, las democracias neoliberales de hoy están tergiversadas. El mundo occidental debería aprender de este modelo”, opinó.
Además de la conferencia de Tomás Segovia, el programa contempló otras ponencias, como ‘La vida cotidiana en la República’, ‘La cultura en la República’ y ‘La educación en la República’.
El 12 de abril, el Ateneo proyectó el estreno del documental, de TVE 2, ‘La escuela olvidada’, de Sonia Tercero Ramiro. El filme repasa en 56 minutos un siglo de historia de la educación en España, a partir del impulso modernizador que vivió el país a principios del siglo XX con el ensayo pedagógico, mixto y laico del Instituto-Escuela. La película fue comentada por Sonia Tercero y por Manuel Gil Antón, miembro del Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE) e investigador de El Colegio de México y de la Asamblea del Colegio Madrid.
http://www.cronicasdelaemigracion.com/articulo/cronicas/2011-04-25/espanoles-mexico-conmemoraron-anos-ii-republica-espanola/12205.html
Crónicas de la Emigración, 28 de abril de 2011 - 28 Abril 2011 .La prensa mexicana destaca la huella de la II República en México
Cristina Cabrero, México
La colocación de la ofrenda floral fue al mediodía del jueves 14 de abril, al pie de la Columna de la Independencia, en el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México. Con este gesto, los organizadores quisieron conmemorar la II República Española, además de recordar los lazos indisolubles que unen a España y México. La Columna de la Independencia, conocido popularmente por ‘El Ángel’, es el monumento más representativo de la ciudad y fue construido en 1910 para conmemorar el centenario de la Independencia de México.
Aunque hayan pasado 80 años del nacimiento de la II República, el Ateneo Español de México, fundado por exiliados españoles, siempre que tiene ocasión, presume de los logros de esta etapa histórica conocida también por la ‘Blanca República’: “Es la primera ocasión en el mundo que se da un cambio de régimen en forma pacífica y democrática. Para la República empezaba una tarea reformadora de la sociedad española en todos los órdenes. Había que democratizar el pueblo español, había que educarlo, había que otorgarle los derechos que secularmente le fueron siempre negados”, dice parte del programa de actividades para recordar esta fecha tan señalada.
Continuando con dicho programa, en la tarde del 14 de abril, tuvo lugar uno de los eventos más esperados: la conferencia magistral del poeta valenciano exiliado en México Tomás Segovia: ‘Nuestras Repúblicas’.
La charla se desarrolló en las instalaciones de la Consejería de Educación de la Embajada de España, espacio contiguo al Ateneo Español de México. La expectación fue grande y no cupo un alfiler. Ni siquiera la pantalla gigante colocada en un ambiente próximo a la sala donde el escritor habló fue suficiente para atender la curiosidad de todos los asistentes, quienes se fueron instalando en cada hueco libre, incluyendo descansillos y escaleras.
El poeta alabó los valores de la II República e incidió en que los españoles que llegaron a México, cuando se reunían, no consideraban el lugar de procedencia de cada uno, sino que por encima de todo, se sentían republicanos. “El patriotismo nacional o regional causa estragos y los emigrantes son los más desprotegidos frente a ese patriotismo. Por eso, antes que patriotismo, prefiero hablar de lealtad”, afirmó. Según Tomás Segovia, “el patriotismo de las identidades nos está acabando”.
Al hacer un repaso actual de los principios de aquella etapa histórica, el poeta dijo que no se tratar de copiar lo que se hizo entonces, sino de heredar el espíritu, la búsqueda del bienestar social. “En ese sentido, las democracias neoliberales de hoy están tergiversadas. El mundo occidental debería aprender de este modelo”, opinó.
Además de la conferencia de Tomás Segovia, el programa contempló otras ponencias, como ‘La vida cotidiana en la República’, ‘La cultura en la República’ y ‘La educación en la República’.
El 12 de abril, el Ateneo proyectó el estreno del documental, de TVE 2, ‘La escuela olvidada’, de Sonia Tercero Ramiro. El filme repasa en 56 minutos un siglo de historia de la educación en España, a partir del impulso modernizador que vivió el país a principios del siglo XX con el ensayo pedagógico, mixto y laico del Instituto-Escuela. La película fue comentada por Sonia Tercero y por Manuel Gil Antón, miembro del Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE) e investigador de El Colegio de México y de la Asamblea del Colegio Madrid.
http://www.cronicasdelaemigracion.com/articulo/cronicas/2011-04-25/espanoles-mexico-conmemoraron-anos-ii-republica-espanola/12205.html
viernes, 25 de marzo de 2011
“Diario de un maestro exiliado” en el Campus de Huesca
El director del Museo Pedagógico de Aragón y profesor del Campus de Huesca, Victor Juan analiza el “Diario de un maestro exiliado”, de Herminio Almendros, dentro del ciclo Leer entre líneas, del Club de la Palabra universitario. La charla será este miércoles, a las 14 horas, en la Facultad de Ciencias Humanas.
Juan realizará una aproximación a la obra y a la figura de ese pedagogo español, que trabajó en la capital oscense en 1932, y tuvo un papel destacado en la enseñanza en Cuba tras su exilio.
“Este libro”, señala Victor Juan, “es particularmente interesante porque permite entender el sistema educativo que hoy tenemos, con los avances conseguidos, los problemas que arrastramos y los retos que aún tenemos”. Y además “ofrece claves para entender cómo se ha construido la escuela como institución y las funciones que se exigían al magisterio en cada época”.
Almansa, La Habana,… Huesca
Herminio Almendros Ibáñez (Almansa, 1898-La Habana, 1974), pedagogo seguidor de los postulados de la Institución Libre de Enseñanza, escribió casi medio centenar de obras a lo largo de su vida. Entre ellas hay literatura infantil, ensayos y obras divulgativas como La imprenta en la escuela. La técnica Freinet (1932), A propósito de la Edad de Oro de José Martí (1956), Cosas curiosas de la vida de algunos animales (1964) o Nuestro Martí (1965). Almendros (padre del cineasta Néstor Almendros) tuvo un destacado papel en la educación cubana, ejerciendo, entre otras responsabilidades, la de Director General de Educación Rural del Ministerio de Educación del país caribeño.
El director del Museo Pedagógico de Aragón y profesor del Campus de Huesca, Victor Juan analiza el “Diario de un maestro exiliado”, de Herminio Almendros, dentro del ciclo Leer entre líneas, del Club de la Palabra universitario. La charla será este miércoles, a las 14 horas, en la Facultad de Ciencias Humanas.
Juan realizará una aproximación a la obra y a la figura de ese pedagogo español, que trabajó en la capital oscense en 1932, y tuvo un papel destacado en la enseñanza en Cuba tras su exilio.
“Este libro”, señala Victor Juan, “es particularmente interesante porque permite entender el sistema educativo que hoy tenemos, con los avances conseguidos, los problemas que arrastramos y los retos que aún tenemos”. Y además “ofrece claves para entender cómo se ha construido la escuela como institución y las funciones que se exigían al magisterio en cada época”.
Almansa, La Habana,… Huesca
Herminio Almendros Ibáñez (Almansa, 1898-La Habana, 1974), pedagogo seguidor de los postulados de la Institución Libre de Enseñanza, escribió casi medio centenar de obras a lo largo de su vida. Entre ellas hay literatura infantil, ensayos y obras divulgativas como La imprenta en la escuela. La técnica Freinet (1932), A propósito de la Edad de Oro de José Martí (1956), Cosas curiosas de la vida de algunos animales (1964) o Nuestro Martí (1965). Almendros (padre del cineasta Néstor Almendros) tuvo un destacado papel en la educación cubana, ejerciendo, entre otras responsabilidades, la de Director General de Educación Rural del Ministerio de Educación del país caribeño.
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Herminio Almendros
miércoles, 9 de febrero de 2011
Un exilio que se inició a bordo del Stanbrook
Información.es, - 7 Febrero 2011 Fue la última embarcación que evacuó a miles de refugiados republicanos al finalizar la Guerra Civil desde el Puerto de Alicante
E. DE GEA
El barco carbonero británico Stanbrook forma parte de la historia española. Fue la última embarcación que evacuó a miles de refugiados republicanos al finalizar la Guerra Civil desde el Puerto de Alicante. Entre sus pasajeros figuraban Manuel Martínez Rives y Adauto Mora Menárguez, ambos vecinos de Rojales.
Abril de 1939. La Guerra Civil acaba de terminar y en el puerto de Alicante se refugian miles de republicanos, muchos con sus familias, que huyen de la represión franquista. Bloqueada esta salida de los derrotados por la armada del general golpista Franco y los aviones de la Alemania nazi, la llegada de los barcos del gobierno de la Segunda República es casi imposible. Sin embargo, uno de los que logró burlar el bloqueo fue el Stanbrook, que meses más tarde fue hundido por el torpedo de un submarino alemán. El capitán Archibald Dickson se hundió con él.
Entre los 2.638 refugiados que pudieron embarcar con destino a Oran (Argelia) un lejano ya 28 de marzo de 1939, se encontraban Manuel Martínez (nacido en 1917) y Adauto Mora (nacido en 1907), dos vecinos de Rojales que habían luchado para defender la República en diversos frentes, como Teruel o Granada. El primero ya nunca regresó a España y falleció en Marruecos, donde se instaló tras pasar largos años en los campos de concentración y de trabajo argelinos y marroquíes. El segundo murió en La Linea de la Concepción tras haber participado en la II Guerra Mundial luchando con la armada Inglesa, sobre todo en el frente noruego y licenciándose en 1946.
El hijo de éste, Adauto Mora López, de 73 años, reside en Torrevieja tras pasar casi toda su vida en el Reino Unido. Ahora, más de 70 años después de que su padre zarpara en el Stanbrook, relata que “tuvo suerte porque pudo embarcar. En el Puerto de Alicante se vivieron escenas de pánico y muchos se suicidaron mientras esperaban la llegada de barcos que nunca atracaron”. Adauto Mora padre fue uno de los principales actores de aquellos días para que el Stanbrook zarpara pese a las reticencias de su capitán, ante el riesgo de ser hundido y por los miles de refugiados que se agolpaban en el puerto.
“Lo primero que hizo al llegar a España tras la muerte de Franco fue coger el carné de la CNT. Era muy idealista, pero no extremista”, señaló su hijo, quien añadió: “Mi padre se quedó muy desilusionado tras el final de la II Guerra Mundial, cuando los aliados no quisieron acabar con el régimen franquista. Decía que los utilizaron como carne de cañón (a los españoles en la contienda mundial)”.
En la cárcel con Camacho
Dolores Gómez, de 92 años, reside en Rojales. Su esposo, Manuel Martínez, fue otro de los rojaleros que pudo exiliarse en el barco inglés para evitar ser represaliado. Él estuvo encarcelado en Orán junto al recientemente fallecido y fundador de CC OO, Marcelino Camacho. “Cuando llegaron a Orán estuvieron un mes dentro del barco antes de poder bajar a tierra”, señala la anciana refiriéndose a su esposo y a Adauto Mora, sobre quienes añade: “Estuvieron mucho tiempo juntos y lo pasaron muy mal. Se escaparon varias veces de los campos de concentración, pero los cogieron”.
Dolores Gómez explica que, junto a los anteriores, hubo otros dos vecinos de Rojales que embarcaron en el Stanbrook (”El Chiro” y “El Matón”). “Los fascistas en Rojales no paraban de venir a mi casa y a la de los padres de mi esposo para que les dijeramos dónde estaba. No se creían que había partido a Argelia”. Dolores Gómez, con una bandera republicana en sus manos, estuvo presente en 2009 en el Puerto de Alicante, cuando se homenajeó al capitán del Stanbrook. La misma bandera que quiere que le acompañe cuando deje esta vida y “sin pasar por la Iglesia”.
Información.es, - 7 Febrero 2011 Fue la última embarcación que evacuó a miles de refugiados republicanos al finalizar la Guerra Civil desde el Puerto de Alicante
E. DE GEA
El barco carbonero británico Stanbrook forma parte de la historia española. Fue la última embarcación que evacuó a miles de refugiados republicanos al finalizar la Guerra Civil desde el Puerto de Alicante. Entre sus pasajeros figuraban Manuel Martínez Rives y Adauto Mora Menárguez, ambos vecinos de Rojales.
Abril de 1939. La Guerra Civil acaba de terminar y en el puerto de Alicante se refugian miles de republicanos, muchos con sus familias, que huyen de la represión franquista. Bloqueada esta salida de los derrotados por la armada del general golpista Franco y los aviones de la Alemania nazi, la llegada de los barcos del gobierno de la Segunda República es casi imposible. Sin embargo, uno de los que logró burlar el bloqueo fue el Stanbrook, que meses más tarde fue hundido por el torpedo de un submarino alemán. El capitán Archibald Dickson se hundió con él.
Entre los 2.638 refugiados que pudieron embarcar con destino a Oran (Argelia) un lejano ya 28 de marzo de 1939, se encontraban Manuel Martínez (nacido en 1917) y Adauto Mora (nacido en 1907), dos vecinos de Rojales que habían luchado para defender la República en diversos frentes, como Teruel o Granada. El primero ya nunca regresó a España y falleció en Marruecos, donde se instaló tras pasar largos años en los campos de concentración y de trabajo argelinos y marroquíes. El segundo murió en La Linea de la Concepción tras haber participado en la II Guerra Mundial luchando con la armada Inglesa, sobre todo en el frente noruego y licenciándose en 1946.
El hijo de éste, Adauto Mora López, de 73 años, reside en Torrevieja tras pasar casi toda su vida en el Reino Unido. Ahora, más de 70 años después de que su padre zarpara en el Stanbrook, relata que “tuvo suerte porque pudo embarcar. En el Puerto de Alicante se vivieron escenas de pánico y muchos se suicidaron mientras esperaban la llegada de barcos que nunca atracaron”. Adauto Mora padre fue uno de los principales actores de aquellos días para que el Stanbrook zarpara pese a las reticencias de su capitán, ante el riesgo de ser hundido y por los miles de refugiados que se agolpaban en el puerto.
“Lo primero que hizo al llegar a España tras la muerte de Franco fue coger el carné de la CNT. Era muy idealista, pero no extremista”, señaló su hijo, quien añadió: “Mi padre se quedó muy desilusionado tras el final de la II Guerra Mundial, cuando los aliados no quisieron acabar con el régimen franquista. Decía que los utilizaron como carne de cañón (a los españoles en la contienda mundial)”.
En la cárcel con Camacho
Dolores Gómez, de 92 años, reside en Rojales. Su esposo, Manuel Martínez, fue otro de los rojaleros que pudo exiliarse en el barco inglés para evitar ser represaliado. Él estuvo encarcelado en Orán junto al recientemente fallecido y fundador de CC OO, Marcelino Camacho. “Cuando llegaron a Orán estuvieron un mes dentro del barco antes de poder bajar a tierra”, señala la anciana refiriéndose a su esposo y a Adauto Mora, sobre quienes añade: “Estuvieron mucho tiempo juntos y lo pasaron muy mal. Se escaparon varias veces de los campos de concentración, pero los cogieron”.
Dolores Gómez explica que, junto a los anteriores, hubo otros dos vecinos de Rojales que embarcaron en el Stanbrook (”El Chiro” y “El Matón”). “Los fascistas en Rojales no paraban de venir a mi casa y a la de los padres de mi esposo para que les dijeramos dónde estaba. No se creían que había partido a Argelia”. Dolores Gómez, con una bandera republicana en sus manos, estuvo presente en 2009 en el Puerto de Alicante, cuando se homenajeó al capitán del Stanbrook. La misma bandera que quiere que le acompañe cuando deje esta vida y “sin pasar por la Iglesia”.
miércoles, 22 de diciembre de 2010
UN MUNDO RARO
EL INAGOTABLE EXILIO
18.12.10 - 00:10 - MERCEDES BARRADO TIMÓN Varios actos de esta semana han estado marcados por el tema del exilio de los republicanos tras la guerra civil española. Sobresale por su aplastante significación la exposición del fotógrafo Agustí Centelles, que ha traído a Badajoz la Diputación Provincial de Badajoz y que nos ha permitido ver de cerca una de las obras más reveladoras que existen sobre los sufrimientos de los españoles que pasaron por los campos de concentración franceses. Agustí Centelles, hombre de izquierdas y periodista sobre todo, compartió el infeliz destino de sus compañeros aunque con una ventaja destacada sobre todos los demás que, a la postre, le hizo pasar a la historia: Logró quedarse con sus cámaras de fotos y ellas actuaron de parapeto desde el que asomarse a la miseria diaria del campo de internamiento y le convirtieron en testigo sufriente de los hechos. A esa condición de testigos suelen acogerse esos periodistas de las películas de guerra que, poco antes de que les alcance la última bala que no se oye llegar, se chulean de su resistencia ante la muerte con un conjuro pueril.
-Alguien tiene que vivir para contarlo.
Pero, efectivamente Agustí Centelles, sobrevivió para mostrar aspectos terribles de aquella guerra, aunque antes tuviesen que pasar 35 años durante los cuales las imágenes del campo de Bram tan sólo fueron un recuerdo tamizado por la forma del objetivo de su Leica.
Sergi Centelles, uno de los hijos del fotógrafo, cuenta que durante las negociaciones que llevaron a cabo para depositar en las instituciones el legado de su padre, les impulsaba sobre todo el deseo de difundir su obra, que no alcanzó durante su vida el reconocimiento que demanda su calidad, cosa que mortificaba en cierta forma al periodista. Hubo que esperar a 1984 para que se le concediese el Premio Nacional de Fotografía al autor que en el verano de 1936 fue portada de Newsweek con su imagen de unos milicianos parapetados tras una barricada de caballos muertos en las calles de Barcelona.
Tras visitar esta exposición y atisbar otros trabajos de Centelles, nos acomete la sorpresa de comprobar que muchas imágenes que nos resultan familiares sobre nuestra historia reciente son obra de este fotógrafo aunque nosotros no lo sabíamos. Así, la de Federica Montseny en un mitin electoral; la imagen impresionante de esos niños que 'juegan' a fusilar a unos compañeros de aventuras; fotos de milicianos en el frente de Aragón o la que probablemente es su foto más conocida, la imagen de esa mujer vestida con ropas que parecen de calidad y que llora arrodillada sobre el suelo donde está el cadáver de su marido. Esta obra sintetiza alguna de las anécdotas que se acumulan sobre el carácter documental de las fotos de Centelles y sobre las dificultades para el control personal de una obra gráfica ingente como la suya. De esta foto se ha contado que el hijo del matrimonio que sale en la misma reconoció en ella por casualidad, ya adulto, a su madre y supo así con exactitud de las condiciones en que había fallecido su progenitor, un dependiente de botica asesinado en el bombardeo de Lérida.
Esa foto ha sido publicada en miles de documentos, muchas veces sin citar su procedencia y en la mayor parte de los casos con textos explicativos que deformaban las circunstancias concretas de su toma. Se ha dicho que era una mujer reconociendo el cadáver de su marido fusilado y se la ha empleado para ilustrar diatribas sobre la maldad de uno y otro bando. Sobre esta imagen y sobre alguna más, han abierto los hijos de Centelles diversos pleitos que pretenden establecer con claridad la autoría de su padre sobre las mismas e impedir que se utilicen «de forma arbitraria y poco ortodoxa» manipulando su contenido. Esa foto fue tomada en el cementerio de Lérida el 3 de noviembre de 1937 e historiadores norteamericanos la consideran «la máxima expresión del dolor de una guerra civil».
EL INAGOTABLE EXILIO
18.12.10 - 00:10 - MERCEDES BARRADO TIMÓN Varios actos de esta semana han estado marcados por el tema del exilio de los republicanos tras la guerra civil española. Sobresale por su aplastante significación la exposición del fotógrafo Agustí Centelles, que ha traído a Badajoz la Diputación Provincial de Badajoz y que nos ha permitido ver de cerca una de las obras más reveladoras que existen sobre los sufrimientos de los españoles que pasaron por los campos de concentración franceses. Agustí Centelles, hombre de izquierdas y periodista sobre todo, compartió el infeliz destino de sus compañeros aunque con una ventaja destacada sobre todos los demás que, a la postre, le hizo pasar a la historia: Logró quedarse con sus cámaras de fotos y ellas actuaron de parapeto desde el que asomarse a la miseria diaria del campo de internamiento y le convirtieron en testigo sufriente de los hechos. A esa condición de testigos suelen acogerse esos periodistas de las películas de guerra que, poco antes de que les alcance la última bala que no se oye llegar, se chulean de su resistencia ante la muerte con un conjuro pueril.
-Alguien tiene que vivir para contarlo.
Pero, efectivamente Agustí Centelles, sobrevivió para mostrar aspectos terribles de aquella guerra, aunque antes tuviesen que pasar 35 años durante los cuales las imágenes del campo de Bram tan sólo fueron un recuerdo tamizado por la forma del objetivo de su Leica.
Sergi Centelles, uno de los hijos del fotógrafo, cuenta que durante las negociaciones que llevaron a cabo para depositar en las instituciones el legado de su padre, les impulsaba sobre todo el deseo de difundir su obra, que no alcanzó durante su vida el reconocimiento que demanda su calidad, cosa que mortificaba en cierta forma al periodista. Hubo que esperar a 1984 para que se le concediese el Premio Nacional de Fotografía al autor que en el verano de 1936 fue portada de Newsweek con su imagen de unos milicianos parapetados tras una barricada de caballos muertos en las calles de Barcelona.
Tras visitar esta exposición y atisbar otros trabajos de Centelles, nos acomete la sorpresa de comprobar que muchas imágenes que nos resultan familiares sobre nuestra historia reciente son obra de este fotógrafo aunque nosotros no lo sabíamos. Así, la de Federica Montseny en un mitin electoral; la imagen impresionante de esos niños que 'juegan' a fusilar a unos compañeros de aventuras; fotos de milicianos en el frente de Aragón o la que probablemente es su foto más conocida, la imagen de esa mujer vestida con ropas que parecen de calidad y que llora arrodillada sobre el suelo donde está el cadáver de su marido. Esta obra sintetiza alguna de las anécdotas que se acumulan sobre el carácter documental de las fotos de Centelles y sobre las dificultades para el control personal de una obra gráfica ingente como la suya. De esta foto se ha contado que el hijo del matrimonio que sale en la misma reconoció en ella por casualidad, ya adulto, a su madre y supo así con exactitud de las condiciones en que había fallecido su progenitor, un dependiente de botica asesinado en el bombardeo de Lérida.
Esa foto ha sido publicada en miles de documentos, muchas veces sin citar su procedencia y en la mayor parte de los casos con textos explicativos que deformaban las circunstancias concretas de su toma. Se ha dicho que era una mujer reconociendo el cadáver de su marido fusilado y se la ha empleado para ilustrar diatribas sobre la maldad de uno y otro bando. Sobre esta imagen y sobre alguna más, han abierto los hijos de Centelles diversos pleitos que pretenden establecer con claridad la autoría de su padre sobre las mismas e impedir que se utilicen «de forma arbitraria y poco ortodoxa» manipulando su contenido. Esa foto fue tomada en el cementerio de Lérida el 3 de noviembre de 1937 e historiadores norteamericanos la consideran «la máxima expresión del dolor de una guerra civil».
martes, 21 de diciembre de 2010
DÍA INTERNACIONAL DE LAS PERSONAS MIGRANTES
Una posguerra que dura toda la vida
Tres vascos que fueron enviados a México durante su infancia en 1937 relatan su exilio en una película recién estrenada en Euskadi
20.12.10 - 02:32 - .
Opinión *
Nombre
Hasta el final de la Guerra Civil, unos 33.000 niños vascos fueron enviados por sus seres queridos al extranjero para protegerles de los bombardeos. Acompañados por personal educativo y sanitario, dejaron sus casas, su tierra, en lo que se preveía una ausencia temporal. Pero para la mayoría ese 'exilio' se prolongaría por el resto de sus vidas. Coincidiendo con el Día Internacional de las Personas Migrantes, la fundación Idi Ezkerra y Moztu Filmak presentaron este fin de semana en las tres capitales vascas el documental 'Amaren Ideia' (La idea de mi madre), que cuenta la historia de tres niños de la guerra en su regreso a Euskadi desde México, 70 años después de su partida.
La cinta, que ha contado con la colaboración del Gobierno vasco y EiTB, es el primer documental de Maider Oleaga. Como directora acompañó a Lucía Michelena, Alfredo González y José Henales en los días previos al viaje, así como durante su estancia en el País Vasco en junio de 2008, en el marco del homenaje organizado por Idi Ezkerra. EL CORREO ha charlado con los tres protagonistas de la película para conocer de primera mano su desgarrador testimonio, el de los niños a los que la guerra arrancó de sus raíces.
Alfredo González
«Salimos vivos, así que no me quejo»
Alfredo González, natural de Irún, era el pequeño de cuatro hermanos. Huérfano de madre, tenía ocho años cuando en 1937 su padre, trabajador de la Aduana, le envió a México para alejarle del horror de la guerra. «Se creía que todo acabaría en tres meses, pero después vino la posguerra, el hambre... Al final, fue para toda la vida», relata. Alfredo cruzó el 'charco' acompañado por su hermano Emilio, que entonces contaba 11 años, pensando que aquello serían unas «vacaciones». Embarcó en Barcelona, donde se salvó «de milagro» de un bombardeo, con destino al internado de Morelia, en el que compartió estancia con otros 480 niños. «Por el camino se quedó toda una vida», sostiene.
En México eran conocidos como «los niños comunistas». «Morelia era un pueblo católico» y allí «éramos los diablos, los 'rojos'. ¡Pero qué ideas políticas ibas a tener con ocho años!», expresa. Alfredo no volvió a tener contacto alguno con su familia. «Creo que nunca supieron dónde estábamos», señala. A sus 83 años recuerda cómo todos los niños «iban como pollitos al maíz» cuando alguien gritaba «¡Cartas de España!». «Llegaron muchas, pero ninguna para nosotros», lamenta. González se escapó del internado con 13 años -su hermano se marchó antes y acabó enrolado en la Marina Mercante de EE UU-. «Era un aventurero», asegura. Alfredo trabajó en varios empleos en México, durmió en la calle y pasó temporadas en las que sólo tuvo cáscaras de naranja para llevarse a la boca. Pese a las penurias, no guarda rencor a su familia. «Seguro que pensaron: 'Mejor que se salve fuera a que muera dentro'. Salímos con vida, así que no me quejo», se sincera. «Ya no tenía a nadie en Euskadi y sólo había estudiado Primaria». Por eso se quedó en el país que le vió crecer. Alfredo, que se casó y tuvo seis hijos en México, rememora con ilusión su regreso a su tierra hace dos años. «Todo había cambiado». En un restaurante, un coro entonó el tango 'Volver'. «No pudimos evitar las lágrimas», evoca.
Lucía Michelena
«Aquel viaje nos dejó marcados para siempre»
Lucía Michelena cumplió doce años en el barco que le llevaba a México. Era tan sólo una niña cuando le tocó ejercer el papel de madre. Natural de Bayona, aunque sus progenitores procedían de Bilbao y de Irún, tuvo que hacerse cargo de sus hermanos, uno de seis y otro de dos años y medio. «Cuida de ellos, tú eres la mayor», fueron las últimas palabras que le dijo su madre antes de embarcar, mientras el más pequeño se aferraba a los brazos de su madre. «Yo no sé que haría si viese que están matando a mis hijos...», reconoce.
Michelena, que no ha olvidado su época de estudiante en el colegio bilbaíno de Atxuri, se emociona cuando echa la vista atrás, hasta su llegada a México. En el trayecto se alimentaban de pan con mantequilla y mermelada, hasta que alguien gritaba «¡pónganse los salvavidas!», «que les quedaban grandes». «Era su forma de prepararnos ante posibles bombardeos aéreos», apunta. Su hermano pequeño se perdió en el barco y no fue hasta tiempo después cuando lo localizaron en la beneficiencia de Veracruz. «Se había puesto malo y lo llevaron a la enfermería», relata Lucía, que por aquel entonces se encontraba en el internado de Moralia. El pequeño sobrevivió, pero no así el mediano de los tres, que falleció a los quince años en México. Aquel viaje fue sólo un sueño que «dejó marcados a los niños para toda la vida».
Lucía, que se convirtió en una estudiante brillante -cursó Comercio con tan sólo catorce años-, perdió el contacto con su madre, después de que ésta la culpara de la muerte de su hermano. «En cada carta me recriminaba que no había cuidado de él», revela. La herida duele todavía hoy. Tiene una hermana de setenta años a la que ni siquiera conoce. Prefiere no hablar de «las miserias». Se casó y tuvo once hijos, pese a que los médicos la dijeron que no podría quedarse embarazada. Ellos, y sus nada menos que 33 nietos, son su mayor alegría. Se quedó viuda a los 54 años y tuvo que «trabajar de sol a sol». No se considera una persona «valiente», sino «de fe». Por ello, confía en que el documental sirva para que las nuevas generaciones sepan la tragedia que deja tras de sí una guerra.
José Henales
«Desconecté de todo, de mi madre, de la guerra...»
Natural de Balmaseda, recuerda el día que tuvo que abandonar Euskadi «como si fuera ayer». «No se olvida nunca. Estábamos en guerra y separaban a los niños de su tierra», resume. José Henales tenía 9 años cuando su madre le envió a Rusia junto a su hermano mayor, de 11. Y si algo tiene claro es que él «nunca mandaría lejos a un hijo». «Sé que no fue algo bueno», opina. Preguntas como '¿por qué nos mandan fuera de casa?' o '¿por qué a mí?', han recorrido su mente durante mucho tiempo. Nunca olvidó su casa, aunque en los hogares infantiles rusos estuvieron «muy bien atendidos». «Los cuatro primeros años fueron los más felices de mi vida. Era pequeño y desconecté del todo. De la guerra, de mi madre, de mi abuela...», señala.
José volvió a ver a su madre, que había huido a Francia con otro de sus hermanos, en 1964, pero «no fue como esperaba». «Se supone que una madre es lo más grande porque es la que más te quiere, pero no sentí nada», admite. Henales prefiere recordar aquella experiencia «sin resentimiento, sin dolor», pero le resulta difícil. Nunca volvió a España. «No me ilusionaba porque nadie de mi familia me dijo que regresara. Uno siente que algo se perdió para siempre, aunque entonces eras un niño y no sabías hasta qué punto».
Una posguerra que dura toda la vida
Tres vascos que fueron enviados a México durante su infancia en 1937 relatan su exilio en una película recién estrenada en Euskadi
20.12.10 - 02:32 - .
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Hasta el final de la Guerra Civil, unos 33.000 niños vascos fueron enviados por sus seres queridos al extranjero para protegerles de los bombardeos. Acompañados por personal educativo y sanitario, dejaron sus casas, su tierra, en lo que se preveía una ausencia temporal. Pero para la mayoría ese 'exilio' se prolongaría por el resto de sus vidas. Coincidiendo con el Día Internacional de las Personas Migrantes, la fundación Idi Ezkerra y Moztu Filmak presentaron este fin de semana en las tres capitales vascas el documental 'Amaren Ideia' (La idea de mi madre), que cuenta la historia de tres niños de la guerra en su regreso a Euskadi desde México, 70 años después de su partida.
La cinta, que ha contado con la colaboración del Gobierno vasco y EiTB, es el primer documental de Maider Oleaga. Como directora acompañó a Lucía Michelena, Alfredo González y José Henales en los días previos al viaje, así como durante su estancia en el País Vasco en junio de 2008, en el marco del homenaje organizado por Idi Ezkerra. EL CORREO ha charlado con los tres protagonistas de la película para conocer de primera mano su desgarrador testimonio, el de los niños a los que la guerra arrancó de sus raíces.
Alfredo González
«Salimos vivos, así que no me quejo»
Alfredo González, natural de Irún, era el pequeño de cuatro hermanos. Huérfano de madre, tenía ocho años cuando en 1937 su padre, trabajador de la Aduana, le envió a México para alejarle del horror de la guerra. «Se creía que todo acabaría en tres meses, pero después vino la posguerra, el hambre... Al final, fue para toda la vida», relata. Alfredo cruzó el 'charco' acompañado por su hermano Emilio, que entonces contaba 11 años, pensando que aquello serían unas «vacaciones». Embarcó en Barcelona, donde se salvó «de milagro» de un bombardeo, con destino al internado de Morelia, en el que compartió estancia con otros 480 niños. «Por el camino se quedó toda una vida», sostiene.
En México eran conocidos como «los niños comunistas». «Morelia era un pueblo católico» y allí «éramos los diablos, los 'rojos'. ¡Pero qué ideas políticas ibas a tener con ocho años!», expresa. Alfredo no volvió a tener contacto alguno con su familia. «Creo que nunca supieron dónde estábamos», señala. A sus 83 años recuerda cómo todos los niños «iban como pollitos al maíz» cuando alguien gritaba «¡Cartas de España!». «Llegaron muchas, pero ninguna para nosotros», lamenta. González se escapó del internado con 13 años -su hermano se marchó antes y acabó enrolado en la Marina Mercante de EE UU-. «Era un aventurero», asegura. Alfredo trabajó en varios empleos en México, durmió en la calle y pasó temporadas en las que sólo tuvo cáscaras de naranja para llevarse a la boca. Pese a las penurias, no guarda rencor a su familia. «Seguro que pensaron: 'Mejor que se salve fuera a que muera dentro'. Salímos con vida, así que no me quejo», se sincera. «Ya no tenía a nadie en Euskadi y sólo había estudiado Primaria». Por eso se quedó en el país que le vió crecer. Alfredo, que se casó y tuvo seis hijos en México, rememora con ilusión su regreso a su tierra hace dos años. «Todo había cambiado». En un restaurante, un coro entonó el tango 'Volver'. «No pudimos evitar las lágrimas», evoca.
Lucía Michelena
«Aquel viaje nos dejó marcados para siempre»
Lucía Michelena cumplió doce años en el barco que le llevaba a México. Era tan sólo una niña cuando le tocó ejercer el papel de madre. Natural de Bayona, aunque sus progenitores procedían de Bilbao y de Irún, tuvo que hacerse cargo de sus hermanos, uno de seis y otro de dos años y medio. «Cuida de ellos, tú eres la mayor», fueron las últimas palabras que le dijo su madre antes de embarcar, mientras el más pequeño se aferraba a los brazos de su madre. «Yo no sé que haría si viese que están matando a mis hijos...», reconoce.
Michelena, que no ha olvidado su época de estudiante en el colegio bilbaíno de Atxuri, se emociona cuando echa la vista atrás, hasta su llegada a México. En el trayecto se alimentaban de pan con mantequilla y mermelada, hasta que alguien gritaba «¡pónganse los salvavidas!», «que les quedaban grandes». «Era su forma de prepararnos ante posibles bombardeos aéreos», apunta. Su hermano pequeño se perdió en el barco y no fue hasta tiempo después cuando lo localizaron en la beneficiencia de Veracruz. «Se había puesto malo y lo llevaron a la enfermería», relata Lucía, que por aquel entonces se encontraba en el internado de Moralia. El pequeño sobrevivió, pero no así el mediano de los tres, que falleció a los quince años en México. Aquel viaje fue sólo un sueño que «dejó marcados a los niños para toda la vida».
Lucía, que se convirtió en una estudiante brillante -cursó Comercio con tan sólo catorce años-, perdió el contacto con su madre, después de que ésta la culpara de la muerte de su hermano. «En cada carta me recriminaba que no había cuidado de él», revela. La herida duele todavía hoy. Tiene una hermana de setenta años a la que ni siquiera conoce. Prefiere no hablar de «las miserias». Se casó y tuvo once hijos, pese a que los médicos la dijeron que no podría quedarse embarazada. Ellos, y sus nada menos que 33 nietos, son su mayor alegría. Se quedó viuda a los 54 años y tuvo que «trabajar de sol a sol». No se considera una persona «valiente», sino «de fe». Por ello, confía en que el documental sirva para que las nuevas generaciones sepan la tragedia que deja tras de sí una guerra.
José Henales
«Desconecté de todo, de mi madre, de la guerra...»
Natural de Balmaseda, recuerda el día que tuvo que abandonar Euskadi «como si fuera ayer». «No se olvida nunca. Estábamos en guerra y separaban a los niños de su tierra», resume. José Henales tenía 9 años cuando su madre le envió a Rusia junto a su hermano mayor, de 11. Y si algo tiene claro es que él «nunca mandaría lejos a un hijo». «Sé que no fue algo bueno», opina. Preguntas como '¿por qué nos mandan fuera de casa?' o '¿por qué a mí?', han recorrido su mente durante mucho tiempo. Nunca olvidó su casa, aunque en los hogares infantiles rusos estuvieron «muy bien atendidos». «Los cuatro primeros años fueron los más felices de mi vida. Era pequeño y desconecté del todo. De la guerra, de mi madre, de mi abuela...», señala.
José volvió a ver a su madre, que había huido a Francia con otro de sus hermanos, en 1964, pero «no fue como esperaba». «Se supone que una madre es lo más grande porque es la que más te quiere, pero no sentí nada», admite. Henales prefiere recordar aquella experiencia «sin resentimiento, sin dolor», pero le resulta difícil. Nunca volvió a España. «No me ilusionaba porque nadie de mi familia me dijo que regresara. Uno siente que algo se perdió para siempre, aunque entonces eras un niño y no sabías hasta qué punto».
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