sábado, 13 de octubre de 2007

GUERRA CIVIL ESPAÑOLA Y EXILIO

Los caminos y laberintos de la integración: los refugiados españoles de la Guerra Civil

Por Sonia Legarralde, Silvia Visconti y Alvaro Martínez

Las dos Españas.

En febrero de 1936, la República Española no cumplía aún cinco años de vida. En reñidísimas elecciones legislativas triunfa el Frente Popular y las preexistentes tensiones se acentúan. A los problemas estructurales de España, se le fueron superponiendo los coyunturales, que sin resolverse, llevaron al enfrentamiento político y social. Se desencadenó la guerra civil evidenciando dos modelos contradictorios de país: republicanos y nacionales. Las dos Españas a las que hacía referencia el poeta Antonio Machado.

La Guerra Civil es desde el presente calificada como "la mayor tragedia de la historia de España", "el mayor desastre nacional", "la mayor locura, bárbara y trágica locura" que los españoles cometieron en su historia. Pero, en su momento, se convirtió en la expresión suprema de un enfrentamiento ideológico que trasvasó las fronteras de ese país periférico de Europa.

Las tensiones que se manifestaron en la península con excepcional fuerza y dinamismo tenían, en aquél momento su correlato en las tensiones exteriores que recorrían el mundo. El fascismo y el nazismo eran dueños absolutos del poder en Italia y Alemania. La Sociedad de Naciones se mostraba inoperante para resolver las agresiones y mientras la URSS se integraba a ella, la Alemania nazi la abandonaba.

España, un país subdesarrollado de Europa, cuya historia parecía moverse al margen del rumbo del continente, aislada hasta de las guerras europeas desde la época de Napoleón, un país en definitiva peculiar , se convertiría en el símbolo de una lucha que marcó los años treinta.

El conflicto, al desatarse, movilizó instantáneamente las simpatías de las izquierdas y las derechas y rompió los límites europeos. Encarnó la lucha entre dos cuestiones sustanciales, la democracia y la revolución social por un lado; el totalitarismo y la contrarrevolución por otro. España fue el escenario privilegiado donde se vieron y se anticiparon los sucesos y las luchas que habrían de vivir otros pueblos poco después durante la Segunda Guerra Mundial.

En 1931 una "revolución pacífica" había reemplazado del poder a los Borbones, pero quienes lo ocuparon no pudieron o no supieron contener ni la agitación social producto de la pobreza a que estaban sometidos vastos sectores de la población, ni tampoco llevar a cabo un plan de reformas profundas y efectivas que la desactivaran al ir eliminando las causas.

En el verano de 1933, el gobierno de Azaña dimitió. Las elecciones se celebraron en noviembre y mostraron un giro a la derecha. Los partidos republicanos de izquierda y los socialistas perdieron gran parte de sus escaños. La sustitución en el poder del gobierno progresista por gobernantes conservadores dio como resultado la revocación, suspensión o ignorancia de las leyes y decretos innovadores introducidos en el período anterior. Las órdenes religiosas fueron autorizadas a continuar como antes de 1931, volviendo a sus manos las propiedades incautadas, se suspendió la secularización de las escuelas, el Estado reasumió parte del pago de las retribuciones del clero, los salarios obreros y de trabajadores rurales se redujeron, los terratenientes elevaron sus rentas y los industriales aprovecharon al máximo el nuevo curso de los acontecimientos para obtener mayores ganancias. Agitaciones e insurrecciones locales se produjeron a diario, más de 1.000 huelgas afectaron a 840.000 trabajadores en 1933. En diciembre estalló la revuelta de Aragón; en marzo del 34, Zaragoza participó de una huelga general de cuatro semanas. En junio fueron las huelgas del campo en el sur donde por primera vez se unían la UGT (socialista) y la CNT (anarquista). A los levantamientos fracasados en Barcelona y Madrid debe sumársele el de Asturias, zona de mineros y obreros metalúrgicos, con sindicatos bien organizados, que mantuvo el control de su región durante dos semanas en manos de comités de trabajadores. Los generales Franco y Goded aplastaron la rebelión. Las cifras de muertos que se consideran oscilan entre 1.000 y 5.000 y los encarcelamientos alcanzaron a 40.000. La fuerte represión contribuyó a aumentar la presión revolucionaria generando un movimiento hacia la unidad. Fue en esa etapa cuando la izquierda española descubrió la fórmula del Frente Popular de la Comintern.

La idea de que todos los partidos y sectores constituyeran un frente electoral único contra la derecha fue ganando espacios. Incluso, los anarquistas, que tenían en España un fuerte arraigo entre las masas, abandonaron en esta etapa su tradicional oposición a la participación electoral e incluso instaron a sus seguidores a practicar por una vez "el vicio burgués" del voto. Aquel verano del 36, nítido en la memoria de muchísimos españoles, el Frente Popular triunfó en las elecciones.

Las alarmadas derechas españolas, que se habían sorprendido con los resultados de 1931, habían sabido reaccionar rápidamente. En sus Memorias de la Conspiración, Antonio Legarza Iribarren afirma que: "Desde los primeros comienzos de la República, allá en el año 31, se empezaron los primeros trabajos. (...) No estábamos solos en la lucha contra la República. Mussolini nos apoyaba, salieron de Navarra varias expediciones de jóvenes que marchaban a Italia a instruirse en el manejo de ametralladoras, fusiles ametralladoras y bombas de mano" En otro pasaje agrega que "este mes de junio de 1936, la organización de los Requetés navarros estaba ultimada" El pronunciamiento militar sería la carta jugada por la derecha española. Los generales planearon el golpe, necesitaban apoyo económico y lo negociaron con Italia. El golpe de estado, sin embargo, tuvo que abrirse paso, en medio de una sociedad movilizada. Triunfó en algunas ciudades pero encontró una encarnizada resistencia en otras. Iniciado el levantamiento el 17 de julio en Marruecos y el 18 en territorio español, el gobierno realizó desesperados intentos para evitar la guerra civil. Esta actitud lo llevó incluso a negarse a entregar armas a las organizaciones obreras que las reclamaban para defender la legalidad. El 19 de julio después de la asunción de José Giral, tras la sucesiva dimisión de Casares Quiroga y Martínez Barrio, las armas fueron entregadas.

La guerra se generalizó, una larga guerra civil entre el gobierno legítimo de la República ampliado por el apoyo de socialistas, comunistas y anarquistas y las fuerzas rebeldes. La contienda supo de múltiples contradicciones en el seno de los republicanos, una difícil coexistencia entre sectores con diversas aspiraciones donde se precipitó en algunas regiones la revolución social que los rebeldes habían pretendido evitar y que los republicanos incentivaron o intentaron aplacar según sus convicciones.

Los generales insurgentes por su parte aglutinaron a la Iglesia, los monárquicos y los sectores de la derecha más variada presentándose como "cruzados nacionales en lucha contra el comunismo ateo".

En definitiva triunfó una España: la de la bandera roja y gualda. Se estableció el General Franco como jefe de Gobierno y del Estado durante 36 años. El resultado de la guerra no fue un buen presagio para quienes veían los avances del fascismo y confiaban en derrotarlo o detenerlo. El conflicto se saldó con varios centenares de miles de muertos, heridos y presos, y un importante contingente humano que se vio obligado a exiliarse, a buscar refugio en otros países, en cualquier país que estuviese dispuesto a recibirlos.

En busca de un refugio.

Se evalúa en algo más de 100.000 los españoles, en principio pro nacionales, aunque frecuentemente sin preferencia definida, que salieron voluntariamente para el exterior, las más de las veces por un breve tiempo, procedentes de la zona republicana. Pero es claro, que el exilio se vivió en forma de salida obligada y por más tiempo, por parte de republicanos frente al avance y triunfo del nacionalismo.

Entre el 28 de enero y el 10 de febrero de 1939, casi medio millón de personas pasaron a Francia, siendo casi todos españoles, ya que los restos de las brigadas internacionales que se les unieron fueron un número insignificante, apenas unos 6.000.

Por supuesto que no debemos olvidar que Rusia acogió a 2.000 comunistas españoles, así como durante la guerra fue el refugio de 5.000 niños. Como tampoco, que hubo oleadas menores que se refugiaron en Portugal. Pero Francia fue el primer país de exilio y la única salida para los combatientes republicanos o civiles que se retiraban en el angustioso fin de la campaña de Cataluña. El éxodo hacia ese país, que no abrió sus fronteras totalmente, fue muy importante en esta etapa, aunque no fue el único, ya que en cuatro momentos durante la contienda se produjeron masivas expatriaciones forzosas de republicanos motivadas por las operaciones militares.

La primera oleada la produjo la campaña de Guipuzcoa en las últimas semanas del verano de 1936, donde 15.000 españoles, casi todos no combatientes, pasaron a Francia. De junio a octubre de 1937, con el desarrollo de la guerra en el norte, se observaron constantemente grupos de españoles que se dirigían a ese país, primero desde Vizcaya, y más tarde desde Santander y Asturias. Se cree que en esta oportunidad el número alcanzó a 150.000 personas, en su mayor parte civiles. En la primavera de 1938, se dio la tercera oleada, unas 2.500 personas que pasaron a tierra francesa (las dos terceras partes eran combatientes del décimo Cuerpo del Ejército Republicano).

De estas tres oleadas, no todos se quedaron al otro lado de los Pirineos. Por un lado, porque deseaban volver -casi siempre a la España Republicana- y por otro, porque las autoridades francesas estimularon su repatriación. Por eso, la mayoría regresó y sólo algunos, unos 45.000, permanecieron en territorio galo.

La última oleada de unas 10.000 personas, tuvo lugar en las semanas finales de la guerra. En esta oportunidad, los embarques de última hora se dirigieron hacia puertos argelinos, de ellos muy pocos regresaron a España.

A muchos refugiados civiles el recibimiento en Francia no les dejó un buen recuerdo, y a otros combatientes de la República, hasta hacía poco respetados y festejados defensores de la libertad y la democracia, les tocó transformarse en derrotados, prisioneros o extranjeros indeseables. Guardan en su memoria los campos de concentración franceses, aspecto que no vivieron los altos dirigentes de la administración republicana, para quienes la acogida fue distinta.

Para los cientos de miles que estaban en Francia, las opciones eran o regresar a España o reemigrar a terceros países. Aunque volver era difícil, las dos terceras partes, unos 360.000, lo hicieron a los nueve meses de terminada la guerra.

Para el resto, unos 170 o 180.000, la segunda opción fue obligatoria si deseaban abandonar los campos de concentración y la incómoda y arriesgada situación en Francia con la iniciación de la Segunda Guerra Mundial. Pero no era fácil: se necesitaba resolver el problema de la acogida en otro lugar.

Inglaterra y Estados Unidos tenían cerradas sus puertas. La propia URSS sólo admitió un contingente limitado de refugiados. El recibimiento principal lo encontraron en México, que se convirtió en el país de segundo asilo que albergó el mayor número de emigrados de la Guerra Civil.

En 1939 fueron más de 7.000 los españoles recibidos por el gobierno del Presidente Cárdenas, pero finalmente llegaron más de 20.000. También fueron a Chile (más de 2.000 en la famosa expedición del "Winnipeg") o a República Dominicana (unos 3.000 entre fines de 1939 y principios del 40) . No obstante, la mayoría quedaron en Francia y muchos se enrolaron en la Legión Extranjera Francesa cuando comenzó la Guerra Mundial.

Entre 1954 y 1976 regresaron a España entre 30 y 40.000 exiliados al amparo de una cada vez más flexible política de repatriaciones. Sólo un sector minoritario permaneció políticamente activo y volvió con la restauración de la democracia. Pero de todas formas, se considera que el exilio que provocó la Guerra Civil fue el mayor numéricamente que España produjo en su historia por causas políticas.

Tuvo, además, una duración muy considerable ya que el decreto de prescripción de delitos se sancionó recién en 1969, por lo que hasta ese momento no había para los españoles exiliados un retorno seguro.

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